LA CIENCIA DE LA

Portrait of Rudolf Steiner 1894
LIBERTAD

1894

I

EL ACTUAR HUMANO CONSCIENTE

�Es el hombre en su pensar y actuar un ser espiritualmente libre, o se encuentra sujeto al dominio de una necesidad absoluta, de acuerdo con las leyes de la naturaleza?. Pocas cuestiones se han tratado con tanta sagacidad como �sta. La idea de la libertad de la voluntad humana cuenta tanto con un gran n�mero de partidarios vehementes, como de adversarios obstinados. Hay hombres que en su apasionamiento moral consideran de escasa inteligencia al que llega a negar un hecho tan evidente como la libertad. Frente a ellos existen otros para quienes el colmo de lo cient�fico es creer que las leyes de la naturaleza quedan interrumpidas en el dominio del actuar y del pensar humano. La misma cosa se considera como el bien m�s preciado de la humanidad y, al mismo tiempo, como la m�s grave ilusi�n. Se ha empleado infinita sutileza para explicar c�mo la libertad humana es compatible con los procesos de la naturaleza, a la que tambi�n el hombre pertenece. No menor ha sido el esfuerzo con que otros han tratado de comprender c�mo ha podido surgir semejante idea absurda. Indudablemente se trata de uno de los m�s importantes problemas de la vida, de la religi�n, de la conducta y de la ciencia, como lo ha de sentir todo aqu�l que lo considere con un m�nimo de profundidad. Realmente es parte de los tristes s�ntomas de la superficialidad del pensamiento actual, el hecho de que un libro, que como resultado de la investigaci�n naturalista moderna intenta crear una “nueva fe ”(David Friedrich Strauss,1 La antigua y la nueva fe”) no contenga, sobre esta cuesti�n, m�s que las siguientes palabras:

“No hemos de tomar en consideraci�n aqu� la cuesti�n de la libertad de la voluntad humana. Pues la supuesta libertad de elecci�n indiferente, siempre ha sido considerada como una ilusi�n por toda filosof�a digna de este nombre. Con todo, esta cuesti�n no toca la valoraci�n moral del actuar y pensar humano”.

Cito este pasaje, no porque yo considere dicho libro de mucha importancia, sino porque me parece que expresa la opini�n a la que ha llegado la mayor�a de nuestros pensadores contempor�neos con respecto a esta cuesti�n. Que la libertad no puede consistir en que de dos posibles acciones, uno pueda elegir la una o la otra enteramente a su voluntad, parece saberlo cualquiera que pretenda haber alcanzado una cierta preparaci�n cient�fica. Se afirma que siempre existe un motivo bien definido para que, entre varias acciones posibles, se ejecute una determinada.

Esto parece evidente. No obstante, hasta el presente, los ataques principales de los adversarios de la libertad se dirigen solamente contra la libertad de elecci�n. As�, por ejemplo, Herbert Spencer,2 cuyas ideas se difunden cada vez m�s, dice en su libro “Los principios de la psicolog�a”:

“El que cada uno pueda voluntariamente desear o no desear, como de hecho dice el dogma de la libre voluntad, queda rechazado, tanto por el an�lisis de la conciencia como asimismo por el contenido del cap�tulo precedente” (del citado libro).

Otros al combatir el concepto de la libre voluntad parten del mismo punto de vista. El germen de todas las consideraciones al respecto se encuentra ya en la obra de Spinoza.3 Lo que �l expres� en t�rminos claros y sencillos contra la libertad, se ha repetido desde entonces innumerables veces, s�lo que casi siempre envuelto en sutiles doctrinas te�ricas, de modo que resulta dif�cil descubrir el sencillo razonamiento de que realmente se trata. En una carta del a�o 1674, Spinoza escribe:

“Es que yo llamo libre a lo que existe y act�a simplemente por la necesidad inherente a su naturaleza; y llamo forzado, a aquello cuya existencia y acci�n est� determinada por otra cosa de manera exacta y fija. Dios, por ejemplo, aunque necesario, es no obstante, libre, porque existe solamente por la necesidad de su naturaleza. Dios, de igual modo, se conoce a s� mismo y conoce todo lo dem�s libremente, porque resulta de la necesidad de su naturaleza el que El conozca todo. Vemos, por lo tanto, que yo no establezco la libertad en la libre decisi�n, sino en la libre necesidad”.

“Pero descendamos a las cosas creadas, cuya existencia y funci�n est�n determinadas sin excepci�n por causas exteriores, de modo fijo y exacto. Para comprenderlo m�s claramente, represent�monos un hecho bien sencillo. Por ejemplo: una piedra recibe por la acci�n de una causa exterior, una determinada cantidad de movimiento, por la cual, sigue necesariamente movi�ndose despu�s de cesar el impacto de la causa exterior. Esta inercia por la que la piedra sigue movi�ndose no es necesaria sino forzada, porque hay que definirla por el impacto de una causa exterior. Lo que en este caso vale para la piedra, vale igualmente para cualquier otra cosa, por m�s compleja y polifac�tica que sea; es decir, que todo est� determinado necesariamente a existir y actuar de modo fijo y preciso por causas externas”.

“Supongamos ahora que la piedra, mientras est� en movimiento, piensa y sabe que se esfuerza lo m�s que puede en continuar movi�ndose. Esta piedra que s�lo es consciente de su esfuerzo, y no act�a de modo indiferente, creer� que es enteramente libre y que s�lo contin�a movi�ndose porque as� lo quiere. Pues �sta y no otra es la libertad humana que todos pretenden poseer, y que s�lo consiste en que el hombre es consciente de su deseo, pero sin conocer las causas que determinan su actuar. Del mismo modo, el ni�o cree que desea la leche libremente, y el muchacho col�rico que libremente exige vengarse, y el miedoso la huida. Asimismo, el ebrio cree que dice por libre decisi�n lo que en estado normal preferir�a no haber dicho; y como este prejuicio es innato a todos los hombres, no les es f�cil librarse de �l. Pues a pesar de que la experiencia nos ense�a claramente que el hombre no sabe moderar sus deseos, y que, impulsado por pasiones contrarias, si bien es consciente de lo bueno, hace lo malo; no obstante, se considera libre porque hay cosas que �l desea menos que otras, y porque puede refrenar f�cilmente algunos deseos a trav�s del recuerdo de otros que a menudo le surgen”.

Puesto que aqu� se nos presenta una opini�n clara y expresada con precisi�n, ser� tambi�n f�cil descubrir el error fundamental que encierra. Se sostiene que con la misma necesidad con que la piedra, debido a un impulso, ejecuta un determinado movimiento, el hombre ha de emprender una acci�n cuando alg�n motivo le incita a ello. S�lo porque el hombre es consciente de su acci�n, se considera a s� mismo como el causante libre de ella. Pero no se da cuenta de que le incita un motivo, al cual se ve obligado a obedecer. Pronto descubre el error de este razonamiento. Spinoza y todos los que piensan como �l no advierten que el hombre no solamente tiene conciencia de sus acciones, sino que tambi�n puede ser consciente de las causas que le gu�an. Es innegable que, al desear la leche, el ni�o no es libre, como tampoco lo es el ebrio cuando dice cosas de las que m�s tarde se arrepiente. Ninguno de ellos es consciente de las causas que act�an en lo hondo de su organismo, y a cuya fuerza irresistible obedecen. Pero �est� justificado equiparar actos de esta naturaleza con aqu�llos en los que el hombre es consciente, no solamente de su actuar, sino tambi�n de los motivos que le inducen a ello? ; �es que las acciones de los hombres son todas de igual naturaleza? ; �se puede, con rigor cient�fico, colocar la acci�n del guerrero en el campo de batalla, la del investigador en el laboratorio, la del hombre de Estado en complejos asuntos diplom�ticos, en el mismo nivel que la del ni�o al desear la leche?. No cabe duda de que para resolver un problema lo mejor es atacarlo por su lado m�s sencillo. Pero es bien cierto que la falta de discernimiento ha causado a menudo inmensa confusi�n. Y desde luego existe una diferencia fundamental entre si yo s� por qu� act�o o si no lo s�. En principio esto parece ser una verdad evidente. Sin embargo, los adversarios de la libertad nunca preguntan si un motivo que reconozco y comprendo significa para m� una coacci�n en el mismo sentido que el proceso org�nico hace al ni�o pedir llorando la leche.

Eduard von Hartmann,4 en su “Fenomenolog�a de la conciencia �tica”, afirma que la voluntad humana depende de dos factores principales, a saber, de los motivos y del car�cter. Si consideramos a todos los hombres como iguales, o bien sus diferencias como insignificantes, parecer� que su voluntad viene determinada desde afuera, es decir, por las circunstancias que se les presentan. Sin embargo, si se considera que hay personas que s�lo hacen motivo de su actuar una idea o una representaci�n, cuando dicha idea despierta en su interior un deseo de acuerdo con su car�cter, entonces el hombre parece determinado desde dentro, y no desde fuera. As� el hombre se cree libre, o sea, independiente de motivos exteriores porque, tiene primero que convertir en motivo, de acuerdo con su car�cter, la idea que se le impone desde fuera. Pero, seg�n Eduard von Hartmann la verdad es que:

“Aunque es cierto que somos nosotros mismos los que elevamos a motivos esas ideas, no lo hacemos libremente, sino por la necesidad de nuestra disposici�n caracterol�gica, es decir, en absoluto, libres”.

Tambi�n aqu� se deja de tomar en consideraci�n la diferencia que existe entre motivos que s�lo dejo actuar despu�s de haberlos ponderado conscientemente, y aqu�llos a los que obedezco sin tener clara conciencia de ellos.

Esto nos conduce directamente al punto de vista desde el cual hemos de considerar la cuesti�n. �Es correcto plantear de un modo unilateral el problema de la libertad de la voluntad?, y si no, �con cu�l otro hay, necesariamente, que relacionarlo?.

Si existe diferencia entre un motivo consciente de mi actuar y un impulso inconsciente, es indudable que aqu�l conducir� a una acci�n que deber� juzgarse de modo distinto que aqu�lla que se debe a un impulso ciego. Por lo tanto, en primer lugar hay que preguntar en qu� consiste esa diferencia. Y s�lo del resultado depender� c�mo debemos plantear la cuesti�n de la libertad.

�Qu� significa ser consciente de los motivos de su actuar?. Esta pregunta no se ha tomado suficientemente en cuenta porque, lamentablemente, siempre se ha partido en dos lo que es un todo invisible, esto es, el hombre. Se ha hecho una distinci�n entre el que act�a y el que tiene conocimiento, sin considerar debidamente a aqu�l de quien se trata principalmente, o sea, el que act�a a partir del conocimiento.

Se dice que el hombre es libre cuando �nicamente se deja guiar por la raz�n, y no por los apetitos animales; o bien, que ser libre significa poder determinar su vida y su actuar, seg�n fines y decisiones.

Pero con afirmaciones de esta naturaleza no se gana nada. Pues �sta es precisamente la cuesti�n: si la raz�n, los fines y las decisiones ejercen sobre el hombre una fuerza coactiva, como la que ejercen los apetitos animales. Cuando sin mi intenci�n surge en m� una decisi�n razonable, exactamente con la misma necesidad que el hambre y la sed, no puedo sino obedecerla forzosamente; y mi libertad se convierte en ilusi�n.

Tambi�n se ha dicho: ser libre no significa poder querer lo que se quiere, sino poder hacer lo que se quiere. Este pensamiento lo ha caracterizado con agudeza el poeta y fil�sofo Robert Hamerling5 en su obra “Atom�stica de la Voluntad”:

“El hombre puede ciertamente hacer lo que quiere; pero no puede querer lo que quiere, puesto que su voluntad est� determinada por motivos

“�No puede querer lo que quiere?. Examinemos m�s de cerca estas palabras. �Tienen realmente sentido?. Entonces, �la libertad del querer deber�a consistir en poder querer algo sin raz�n y sin motivo?. Pero, �qu� significa querer, sino tener un motivo de hacer o de desear una cosa m�s que otra? Querer algo sin raz�n o sin motivo significar�a querer algo sin quererlo. Al concepto de querer se une inseparablemente el concepto del motivo. Pues sin un motivo determinante la voluntad se convierte en una facultad vac�a; s�lo por el motivo se hace activa y real. Por lo tanto, es enteramente correcto decir que la voluntad humana no es “libre”, en cuanto que su direcci�n est� siempre determinada por el motivo m�s fuerte. Por otra parte hay que admitir que frente a esta “falta de libertad” es absurdo hablar de una concebible “libertad” de la voluntad, que consistir�a en poder querer lo que no se quiere”.

Tambi�n en este caso se habla solamente de motivos en general, sin tomar en consideraci�n la diferencia entre los motivos inconscientes y los conscientes. Si tengo forzosamente que obedecer a un motivo porque se evidencia como el “m�s fuerte” entre otros, la idea de libertad deja de tener sentido. �C�mo puede tener importancia para m� el poder hacer algo o no, si el motivo me fuerza a hacerlo?. Lo que importa ante todo no es la cuesti�n de si yo, a causa de un motivo, puedo hacer algo o no, sino si solamente existen motivos que act�an necesariamente. Si me veo forzado a querer algo, me ser�, seg�n las circunstancias, totalmente indiferente, si puedo, adem�s, hacerlo. Si a causa de mi car�cter, y debido a las circunstancias de mi entorno, surge un motivo imperioso que mi pensar juzga insensato, tendr�a entonces que estar contento de no poder hacer lo que quiero.

Lo que importa no es si puedo ejecutar una decisi�n que he tomado, sino c�mo esa decisi�n se forma en m�.

Lo que distingue al hombre de todos los dem�s seres org�nicos, reside en su pensar racional. La actividad la tiene en com�n con otros organismos. No se gana nada si para aclarar el concepto de la libertad del actuar humano se buscan analog�as en el reino animal. La ciencia natural moderna es propensa a semejantes analog�as. Y cuando llega a encontrar en los animales algo similar a la conducta humana, cree haber tocado la cuesti�n m�s importante de la ciencia acerca del hombre. A qu� malentendidos conduce esta opini�n lo muestra, por ejemplo, el libro “La ilusi�n del libre albedr�o” de P.R�e (1885), en el que dice lo siguiente sobre la libertad:

“Es f�cil explicar que el movimiento de la piedra es necesario, pero que lo sea la voluntad del asno no lo es. Las causas del movimiento de la piedra se hallan fuera y visibles, pero las causas del querer del asno se hallan dentro, invisibles: entre nosotros y el sitio de su funci�n se encuentra el cr�neo del asno. No se ve la causa determinante, y entonces se piensa que no existe. Se explica que el querer es la causa de que el asno se mueva; pero que este querer es de por s� incondicional, un punto de partida absoluto”.

Tambi�n aqu� simplemente se omiten las acciones del hombre en las cuales �l es consciente de los motivos de su actuar; pues R�e declara: “Entre nosotros y el sitio de su funci�n se encuentra el cr�neo del asno”.

A juzgar por estas palabras, R�e est� lejos de ver que si bien no existen en el asno, existen sin duda acciones del hombre en las que entre nosotros y �stas se halla el motivo plenamente consciente. Y pocas p�ginas m�s adelante, lo prueba �l mismo diciendo: “No percibimos las causas que condicionan nuestro querer, y por ello pensamos que no est� condicionado causalmente”.

Pero basta de ejemplo que demuestran que muchos combaten la libertad sin saber siquiera en qu� consiste.

Se sobreentiende que una acci�n cuyo autor no sabe por qu� la realiza, no puede ser libre. �Pero qu� relaci�n tiene con aqu�lla, de cuyos motivos es consciente?. Esto nos conduce a la pregunta: �cu�l es el origen y el significado del pensar?. Pues, sin el reconocimiento de la actividad pensante del alma, no es posible formarse el concepto de algo y, por consiguiente, tampoco el de una acci�n. Si llegamos a conocer lo que significa el pensar en general, tambi�n ser� f�cil llegar a comprender la importancia del pensar para el actuar humano. Con raz�n dice Hegel: “El pensar hace que el alma, que el animal tambi�n posee, se eleve a esp�ritu”; y por este motivo el pensar ha de imprimir al actuar humano su car�cter peculiar.

De ning�n modo se puede afirmar que todo nuestro actuar fluya de la pura reflexi�n de nuestro intelecto. No puedo calificar de humanas en el sentido m�s elevado solamente aquellas acciones que proceden del juicio abstracto. Pero tan pronto como nuestro actuar se eleva por encima del dominio de los apetitos puramente animales, nuestros motivos se hallan permeados de pensamientos. El amor, la compasi�n, el patriotismo son m�viles del actuar que no pueden ser explicados por medio de fr�os conceptos intelectuales. Se dice que en este campo el coraz�n y el alma hacen valer sus derechos. Sin duda. Pero el coraz�n y el �nimo no crean los m�viles del actuar, sino que los presuponen y los acogen en s�. En mi coraz�n surge la compasi�n cuando en mi conciencia se produce la impresi�n de una persona que me da pena. El camino al coraz�n pasa por el intelecto, y el amor no es excepci�n. Si no se reduce a la mera expresi�n del instinto sexual, se basa en la idea que del ser amado nos hacemos; y cuanto m�s idealista es esta representaci�n, tanto m�s profundo es el amor. Tambi�n aqu� es el pensamiento el padre del sentimiento. Se dice que el amor es ciego para con los defectos del ser amado. Pero tambi�n se puede considerar esto a la inversa y afirmar que justamente el amor abre los ojos para descubrir sus cualidades. Muchos pasan sin advertirlas, mas uno las ve, y precisamente por eso se despierta en su alma el amor. No ha hecho otra cosa, sino formarse una idea, una representaci�n de algo de lo que otras cien personas no tienen ninguna. Ellos no tienen el amor, porque carecen de la representaci�n.

Por donde quiera que se enfoque la cuesti�n, cada vez resulta m�s evidente que la pregunta referente a la naturaleza del actuar humano, presupone la del origen del pensar. Por esta raz�n, me ocupar� primero de esta cuesti�n.


1 David Friedrich Strauss, 1808-1874

2 Herbert Spencer, 1820-1903

3 Baruch Spinoza, 1632-1677

4 Eduard von Hartmann, 1842-1926

5 Robert Hamerling, 1830-1889